domingo, 4 de abril de 2010

La llave

Pasea nocturna, cómo a diario,
cómo siempre, vida mía,
que te deshaces de sabores,
que prefieres ver en veces
todo al blanco y negro
o creas baratas y ventas
para que tu corazón
que es el mio no llore.

Pasea meditabunda, de madrugada,
mi alma que deja sus 21 gramos
a la deriva de una nueva espera,
dónde quizá sea necesitada,
dónde los peros se los coma la vida,
a la vuelta de un corredor
sin nada en el piso,
cree las fijaciones,
o fije las creaciones,
de que cosas que no pueden ya importar.

Pasea matinal, cómo si todo,
todo aquello que hace mal perece,
renace de las cenizas y enciende
un cigarrillo más a la espera,
pero avienta una mirada al mar
infinito de sus lágrimas contenidas,
introspectivas de un día más,
aunque con mucho de menos.

Pasea viva al medio día,
aun así sabe que va cansada,
mi vida sin sorpresas y sin flores,
ya no hay nada que regalar
por si aparece a la verá
aquella persona especial,
no puede concentrarse,
ni encontrar colores,
hace calor, el rayo de sol
parte en dos migajas
todo lo que había pensado,
y reconoce que no hay nada
que esta vacío el adentro.

Pasea distante, la tarde noche,
esa etapa entre lo que hay
y lo que termina,
es como definir mi vida,
sus razones y sus sinrazones,
las necedades, las esperanzas,
todo desaparece a la sombra;
las luces de la farolas
hacen brillar mis ojos,
se dilatan las pupilas, encuentro un espejo,
veo el reflejo y no hay nada,
recojo la llave de mi ser,
cierro la puerta, y,
comienzo de nueva vuelta a escribir.

Darío Olguín

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